miércoles, 13 de agosto de 2014

AMORES DE PELÍCULA



















































































Cuando se conocieron en 1941 Spencer ya estaba casado con Louise Treadwell desde 1923. Pero eso no impidió que se lanzaran a la aventura de amarse y acompañarse durante el resto del tiempo que tuvieron juntos, aunque Spencer nunca se divorció de su esposa. 

Kate era 7 años más joven que Spencer Tracy. Este era hijo de irlandeses criado en la fe católica, cosa que esgrimiría como excusa para nunca divorciarse de su esposa.  Spencer ya era alcohólico y diabético cuando conoció a Hepburn, ella una actriz criada en la alta sociedad. Tracy tenía una pésima relación con sus padres. Hepburn amaba a su familia y los visitaba tan a menudo como podía. Él amaba quedarse en casa, ella era fanática del aire libre y los deportes como el tenis, el golf y la equitación.

Spencer Tracy era un hombre terco y autoritario muy formal y tradicional. Ella era independiente y fuerte, rebelde y muy poco tradicional, una feminista divorciada con una historia sentimental bastante prolífica.

Sin embargo eso no fue un impedimento para que la magia se hiciera cargo de aquel primer encuentro en 1941. Los dos eran inteligentes, cultos, demócratas, amaban su trabajo por encima de todo, y tenían un irónico sentido del humor.

"Me parece, señor Tracy, que es usted demasiado bajito para mí", le dijo ella cuando se conocieron en la presentación para rodar su primera película juntos. "No se preocupe, señorita Hepburn" -dijo Tracy-. "La pondré a mi altura". Hablaba de su rol en el cine. Ambos iban a protagonizar "La mujer del año", pero la relación acababa de comenzar. La leyenda había comenzado.

Spencer Tracy ya era un famoso actor en aquel momento, casado con Louise Treadwell y con dos hijas, pero mujeriego incansable. Treadwell estaba enferma y Tracy no quería abandonarla pero aún así vivió una apasionada historia de amor con Hepburn. La relación fue siempre muy difícil pero Hepburn se entregó a ella por completo.

Estos amantes vivían en casas separadas, un modo de relación obligado por las circunstancias. Cuando Spencer se enamoró de Katherine, ya no vivía con Louise, pero la visitaba todas las semanas. Mantenían una relación de profundo cariño y amistad, cada vez que su salud se lo permitía, Spencer siguió viendo a Louise.

Kate aceptó ser extremadamente discreta con respecto a sus vidas privadas y la relación sentimental que mantenían; de hecho ella nunca había permitido hasta ese momento que la prensa se inmiscuyera en su vida. En los viajes, ni siquiera se alojaban en el mismo hotel y no hay ni una sola foto de los dos que no sea laboral. Mantenían las apariencias y procuraban no llegar juntos a los eventos públicos, pero, al margen de esto, su relación de amantes fue una de las más sólidas y duraderas de Hollywood.

Cuando Spencer Tracy empeoró de su estado de salud con problemas cardíacos y enfisema pulmonar, Kate alquiló una casa cerca del domicilio de él para poder cuidarlo. Detuvo sus giras y su trabajo para estar junto a él.  Solo aceptó participar en la última película que filmaron juntos: ¿Adivina quién viene a cenar esta noche?, con Sidney Poitier.

Cuentan las crónicas que no compartían la misma habitación pero, cerca del final, él dormía con la cuerda de una campanita a mano: en el otro extremo de la cuerdita, que era lo suficientemente larga como para que Kate pudiera moverse con libertad por la casa y el jardín, estaba ella. Cuando finalmente lo ingresó en un hospital sabiendo que la muerte de Tracy era inminente, telefoneó a su esposa y se retiró discretamente. Spencer murió tres semanas después de terminado el rodaje de su última película, el 10 de junio de 1967.

“Era extremadamente fácil trabajar con Bogart y estaba muy infravalorado como actor. Sin su ayuda no podría haber hecho lo que hice con Bacall. No hay muchos actores que puedan sentarse y esperar mientras una chica se adueña de una escena. Pero él se enamoró de la chica y la chica de él, y eso hizo las cosas más fáciles” Howard Hawks

Eran una pareja dispar; el mismo Bogart decía de sí mismo que tenía una «fealdad viril» y lo cierto es que, físicamente no era gran cosa: de baja estatura, lo que le obligaba a utilizar alzas, tenía rasgos angulosos y una cicatriz en el labio que no le permitía moverlo del todo. Cuando empezó a triunfar ya era mayor y usaba sombrero para tapar la calvicie. Por el contrario, Lauren había sido portada de Harper´s Bazar, era rubia, alta y delgada, poseía un porte y una elegancia naturales y tenía tan solo diecinueve años. Cuando se conocieron, Bogart tenía cuarenta y cinco años y gozaba ya de fama y prestigio; en el terreno personal, contaba ya con tres divorcios en su haber. 

A ella le encandiló la seguridad en sí mismo del actor y la personalidad que este escondía, firme y de fuertes convicciones. Lejos de la imagen de duro que daba para el cine, Bogart era un hombre atento y cariñoso.

Él, por su parte, amó en Bacall su carácter fuerte y su personalidad dotada de una distinción innata, sus elegantes maneras para nada afectadas y el magnetismo que emanaba de la actriz, que conseguía atraer como un imán a todas las personas de su entorno.

A pesar de sus diferencias físicas tenían muchas cosas en común, algunas bastante curiosas, como la voz, cuyo tono ronco y grave dio nombre al síndrome "Bogart-Bacall", que consiste en una fatiga de la voz, ronquera o dolor de garganta y que se produce entre personas, generalmente actores o cantantes, que fuerzan la garganta para imitar precisamente este tono grave y sensual que en los dos actores, curiosamente, era natural. 








No tienes que decir nada… Si me necesitas, silba ¿Sabes silbar, no? Juntas los labios y soplas





No sé cómo sucedió, fue casi imperceptible. Llevábamos ya unas tres semanas de rodaje y se acababa la jornada. Me quedaba una última toma y me había sentado en el tocador del camerino portátil a peinarme cuando entró Bogie a despedirse. Se colocó a mi lado, bromeamos como siempre y de repente se inclinó, me puso la mano debajo de la barbilla y me dio un beso.

Fue algo impulsivo, era un hombre un poco tímido y no el típico depredador. Sacó una caja de cerillas gastada del bolsillo y me pidió que le escribiera mi teléfono por detrás. Se lo anoté, no sé por qué, me pareció casi parte de nuestro juego.
Bogie se cuidaba mucho de no tener un trato demasiado personal y llevaba fama de no tontear nunca con mujeres ni en el trabajo ni en ningún otro lado. No era de esos, y además tenía una esposa conocida por lo mucho que bebía y lo peleona que era, una mujer de armas tomar que a la mínima lanzaba un cenicero, una lámpara o lo primero que agarrara.

En aquel momento no le di más vueltas, me bastaba con ser tan feliz y disfrutar tanto de la vida. Lo único que me importaba era ir a los estudios y trabajar, ¡las horas que tenía que dormir me parecían un simple estorbo!
Desde el principio de la película, a medida que Bogie y yo comenzamos a conocernos mejor, a bromear cada vez más, a divertirnos más juntos, las escenas fueron cambiando poco a poco, nuestra relación salió fortalecida en la pantalla y fuimos acercándonos sin darnos cuenta. O al menos yo no me percaté del cambio.
De forma gradual, fui prestando menos atención a Howard y más a Bogie. Y la forma en que se construían las escenas facilitaba ese cambio. Estoy convencida de que desde el principio Howard advirtió que surgía algo entre nosotros y lo aprovechó para la película.

Cuando acabé el trabajo el día del número de teléfono, me fui a casa y seguí con mi rutina habitual: después de comer algo repasé el texto del día siguiente y me fui a la cama.
Hacia las once de la noche sonó el teléfono. Era Bogie. Se había tomado un par de copas, había salido y quería saber qué tal estaba. Me llamó Slim y yo a él, Steve, los apodos que se ponían los protagonistas en la película. Bromeamos un rato y al final me dio las buenas noches y me dijo que ya nos veríamos en el plató.
Eso fue todo, pero a partir de aquel momento nuestra relación cambió. Me invitó a comer en el Lakeside unas cuantas veces y también nos íbamos a su camerino o al mío a charlar, para ir conociéndonos un poco más, siempre con la puerta abierta.
Si tenía alguna partida de ajedrez en los estudios (era muy buen jugador), yo me quedaba a su lado, a mirar. La proximidad física se convirtió en algo cada vez más importante, pero no dejábamos de hacer bromas.


Memorias de Lauren Bacall
Por mí misma y un par de cosas más








16 de septiembre de 1924 - 12 de agosto de 2014


23 comentarios:

Juan Nadie dijo...

¡Qué clase tenía Laurent Bacall!
Antes, durante y después de convertirse en alcohólica, no ha habido una actriz con mayor clase, para mi gusto.

carlos perrotti dijo...

"El amor es una película", digo, sin poder pasar de la primera, segunda y tercera foto, y volviendo una y otra vez para atrás.

marian dijo...

Parece una religión, lo de "convertirse en alcohólica" Ante un entusiasmo como el tuyo, por la Bacall, mejor callarse:)

marian dijo...

Una vez leí algo que decía (más o menos) así: ¿Para qué querrá vivir la gente un amor de película si tan solo dura hora y media?.

carlos perrotti dijo...

También estamos los que vivimos dentro de una película de non-fiction, parafraseando a Capote.

carlos perrotti dijo...

De non-fiction y no direction home, para no olvidar a Bob...

marian dijo...

Los hay con suerte:)

carlos perrotti dijo...

Sí que sí. Los tracks de Boggie y Lauren saludándose son hipnóticos. hace un rato que estoy colgado viéndolos.

marian dijo...

La verdad es que el cine tiene escenas memorables.

Juan Nadie dijo...

Efectivamente, el saludo de Bogart y Bacall.

Sirgatopardo dijo...

Bogart era un enano halitósico. Nunca llegaré a comprender a Lauren Bacall...

Sirgatopardo dijo...

¿Se ha notado mucho la envidia cochina?

Juan Nadie dijo...

Apenas.

Es que además era un cabezón, joé. Mal gusto tenía esa chica, oye.

marian dijo...

El amor es así, y ojo con llevarle la contraria.

marian dijo...

Solamente hay que contrariarlo en casos de no correspondencia.

Sirgatopardo dijo...

¿Encima hay que escribirlas?

marian dijo...

Cartas de no correspondencia, un magnífico contrasentido.

Juan Nadie dijo...

¿Por qué nadie escribimos cartas ahora? Las echo de menos.

marian dijo...

Pues no lo sé exactamente. Supongo que habrá unos cuantos motivos, relacionados seguramente con la inmediatez que dan otros medios de comunicación.

marian dijo...

Y ahora que lo pienso, hace casi treinta años que no escribo un carta escrita a mano.

Juan Nadie dijo...

Sí, los medios de comunicación que ahora disfrutamos y/o padecemos dan una inmediatez, pero no es lo mismo, oiga, quien haya tenido en algún momento la costumbre de escribir cartas y mandarlas por correo, no dejará de notar la diferencia.

marian dijo...

No es para tanto:) Lo importante es el contenido, la forma es adaptable.

marian dijo...

Siempre quedarán las postales:)