miércoles, 27 de mayo de 2015

TAN GRACIOSA, PERO NO ERES BUENA





Soberbia: altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros. Vanidad: arrogancia, presunción. La soberbia se define por el desprecio a los demás. La vanidad tasa los méritos propios de manera excesiva. El populismo dicharachero de Esperanza Aguirre siempre ha tenido más que ver con la soberbia que con la vanidad. La simpatía y desenvoltura de esta política madrileña no se fundan en la confianza que le merecen sus virtudes o en la necesidad de defender de manera rotunda y sin pelos en la lengua sus convicciones. Más bien se trata de una soberbia natural, esa que siente la dueña de un cortijo cuando habla con sus criados.

Esperanza Aguirre es una mujer literal, no genera incertidumbre, no se escuda en la pátina mentirosa de la política. Sus actitudes se acercan en cada momento a una definición palpable de la realidad. Si abandona el disfraz de la solemnidad es porque vive con la energía secular de una estirpe que no necesita justificar el origen de su poder. España y Madrid son un cortijo. España y Madrid pertenecen por nacimiento a una casta, a una élite. Cualquier alternativa a lo establecido por la tradición es un atentado injustificable que no se debe tolerar. ¿Ustedes qué se han creído? Cuando la señora Ama de un latifundio da explicaciones, no necesita argumentos, excusas, motivos. Basta con la propia desfachatez de su existencia.

España es un cortijo. Nunca se ha visto razonable que una pareja de guardias civiles le pidan a un cacique la licencia de caza cuando pasea la escopeta nacional por sus propiedades. ¿Qué es la autoridad legítima? El orgullo civil de un pueblo que quiere vivir en condiciones de igualdad. La autoridad puede convivir con la vanidad, con la fatuidad ridícula de algunos padres de la patria (expolíticos, experiodistas, financieros…). Abundan en esta Corte de los milagros. Pero la autoridad democrática es incompatible con la soberbia de los que se creen dueños de una nación por derecho de nacimiento y de clase.

Recuerdo Los santos inocentes (1981), la maravillosa novela de Miguel Delibes, un retrato perfecto de la vida de cortijo en la Extremadura de los años 60. Mario Camus hizo en 1984 un peliculón con Alfredo Landa, Terele Pávez, Paco Rabal y Juan Diego. El señorito Iván hace y deshace a su antojo en la vida de Paco y Régula. Convierte las reglas en algo muy parecido a un capricho. Bajo la aparente cercanía, bajo las declaraciones de afecto, no hay más que soberbia y derecho de posesión. Con una buena peluca rubia, Juan Diego clavaría a Esperanza Aguirre.

Doña Esperanza es una mujer literal. Pone en evidencia lo que sus compañeros de partido ocultan con la solemnidad desparramada y silábica de su hipocresía. Doña Esperanza se lleva la moto de la autoridad por delante. Cuando Mariano Rajoy afirma ante el Parlamento que no tiene nada que ver con las cuentas de su tesorero de toda la vida, se lleva también por delante la moto de la dignidad democrática de un país. Cuando Mariano Rajoy, María Dolores de Cospedal o Ignacio González no dimiten, después de visto lo visto y oído lo oído, se llevan muchas motos por delante y convierten a España en una monarquía bananera donde la política no tiene pudor y la vida pública se instala en la indecencia. 

El mérito de doña Esperanza es que arrolla de forma literal la moto del guardia que se atreve a ponerle una multa por aparcar en un carril bus y en plena Gran Vía de Madrid. Y no es que luego se dé a la fuga con la policía detrás, es que cambia de olivo y de sombra en su cortijo. La calle, la ciudad y la nación forman parte de sus propiedades. A cualquier ciudadano se le pediría la prueba del alcohol por haber actuado así. Un cacique –digo yo- no necesita estar bebido para actuar de esa manera. Si los criados no aceptan el arreglo de la simpatía, aflora la soberbia.

Una mujer literal lo hace todo evidente. Esa ha sido la historia de Esperanza Aguirre. Llegó a la Presidencia de la Comunidad de Madrid porque dos diputados socialistas vendieron su voto para cambiar la decisión popular. Si las discusiones teóricas meditan sobra la privatización de la política en manos de los intereses económicos y sobre la pérdida de la soberanía popular, doña Esperanza aporta el ejemplo.

Ahora se discute también sobre una ley de seguridad ciudadana que humilla a la Justicia y sobre unas fuerzas del orden que parecen marionetas manipuladas por el poder. La soberbia de Esperanza Aguirre evidencia de forma clara qué significan la ley y la policía para el PP. Un último ejemplo de literalidad: la estrategia de criminalizar a las víctimas. La derecha española degrada la educación y convierte en culpables a los maestros, procura hundir la sanidad pública y acusa a los médicos, liquida los derechos laborales y responsabiliza de la situación a los trabajadores y a los sindicalistas. Pues bien, doña Esperanza humilla a unos guardias, arremete contra un moto, sale pitando en acto de clara desobediencia a la autoridad y dice luego que los pobres guindillas eran prepotentes y machistas.

Pese a las tristezas, Los santos inocentes es una novela que acaba bien. El señorito Iván se había pasado mucho al matar a la milana bonita, la grajilla de Azarías. El PP está matando muchas grajillas. Espero que las urnas den respuesta a su soberbia. 


LUIS GARCÍA MONTERO
06/04/2014


INFOLIBRE LA SOBERBIA DE LA SEÑORA por LUIS GARCÍA MONTERO















Parecidos razonables. Angela Channing: Instigadora, manipuladora, prepotente, cínica, soberbia. 























viernes, 22 de mayo de 2015

RECORDANDO A RAFAEL AZCONA




Al ser humano, cuando vive como grupo, no como individuo, lo que le gusta mucho es aturdirse. De otra forma no se entienden las verbenas. O el parque de atracciones, donde uno va y le centrifugan.

Rafael Azcona



El hombre que nos contó como nadie

por EDUARDO MENDICUTTI

No ha habido, en los últimos 50 años, nadie que nos haya contado a los españoles como lo ha hecho Rafael Azcona. Nadie nos ha 'narrado' mejor de esa manera. Nadie se le ha podido comparar en su modo de retratarnos tal como hemos sido, tal como somos. Nadie ha sabido mirarnos como nos ha mirado él, y nadie ha sabido narrar, como él lo ha hecho, lo que ha visto sobre nosotros. Y no me refiero sólo a la perspicacia de su mirada y a su talento para construir personajes e historias, sino a su empeño y su virtuosismo para narrar España no como escritor, no como novelista, no como autor dramático (aunque publicase alguna novela y estrenase alguna obra de teatro), sino, sobre todo, como guionista de cine, sin duda el mejor de los guionistas de nuestra cinematografía.

Alguna vez dijo que escribía guiones porque le resultaba más fácil que escribir novelas. Sin duda, era un modo afable y guasón de quitarse importancia. Es evidente que escribía guiones porque tenía una mirada privilegiada, una mirada capaz de verlo todo a la vez, capaz de vernos al mismo tiempo por dentro y por fuera, con nuestro presente y nuestro pasado, en nuestra intimidad doméstica y vecinal y en nuestro lugar en el mundo. Una mirada así exige volcarse en imágenes. Rafael Azcona nos miraba y veía sin duda un plano, un paisaje, un gesto, una voz, y confiaba después en la sabia complicidad de los demás: los directores, los actores, los operadores, los decoradores, los figurinistas, los montadores. Daba igual que la historia se la inventase él o que se la dieran inventada (adaptaciones literarias, argumentos ajenos, episodios históricos, crónicas de la vida real). Él las miraba y las devolvía enriquecidas, complejas, sugerentes, estimulantes.

Algunos de esos cómplices han sido de lujo. El primero, Marco Ferreri, aquel italiano que parecía que nos había parido: 'El pisito' (1958), 'El cochecito' (1960) forman parte incuestionable de nuestra biografía individual y colectiva. Después, y durante una etapa muy larga y muy rica, Luis García Berlanga: no hay mejor radiografía española que la que aparece en 'Plácido' (1961), en 'El verdugo' (1963), en 'Vivan los novios' (1970), en 'Tamaño natura'l (1974) y, más adelante, en 'Patrimonio nacional', o en 'La vaquilla'. Todas, historias realistas, pero llenas de honduras y recovecos en las que aparecían invariablemente nuestras entrañas, nuestras tripas, nuestras vísceras, nuestras hormonas. 

Nadie diría que era la misma mano que también escribió películas de Carlos Saura como 'Pippermint frappé' o 'Ana y los lobos', la misma mano, la misma mirada, que dio cuerpo a una historia como la de 'Un hombre llamado Flor de Otoño', de Pedro Olea, tan densa de oscuridades, y a las gozosas vicisitudes de 'Belle Epoque', de Fernando Trueba, o de 'La corte del Faraón', de José Luis García Sánchez… Una vida profesional tan rica, tan variada y tan dilatada no se puede resumir en un puñado de títulos citados un poco a vuelapluma, pero basta la muestra que acabo de mencionar para entender cómo era de atinada, de vivaz, de flexible, de inteligente, de ingeniosa, de rigurosa, de generosa, de sabiamente humorística («Sin el humor habríamos desaparecido hace tiempo», dijo) la 'mirada narradora' de Rafael Azcona. 

El cine español no se ha distinguido precisamente por el aprecio y el respeto al trabajo de los guionistas. La excepción ha sido Rafael Azcona. En Hollywood habría sido un dios multimillonario. Aquí ha sido el gran narrador de la España de su tiempo. Da rabia pensar que ha dejado de mirarnos.

http://www.elmundo.es/especiales/2008/03/cultura/azcona/








Con el cine no se evade nadie de nada: acabada la película, uno vuelve a su particular encierro; yo, de lo que abomino, es de esas películas en las que durante hora y media te torturan con problemas irresolubles, y luego, en los metros finales, la cosa se arregla por arte de birlibirloque para que nos vayamos a casa tan contentos. ¡Qué estupidez, esa del final feliz como garantía del taquillazo! ¿Lo tiene Romeo y Julieta? En cuanto a la utilidad del cine para mí y para el prójimo, supongo que, como la literatura, nos ayuda a conocernos mejor. Que ya es bastante.















En demasiadas ocasiones sucede que, al ser presentado a la gente, la gente, al enterarse de que yo nací en Logroño, casi se muere de la risa. Cuando las carcajadas se lo permiten, la gente me pregunta:

—¿Y cómo demonios se le ocurrió a usted nacer en un sitio tan raro?

La gente debe estar convencida de que Logroño es una fábrica de pastillas de café y leche. Yo —que conozco al prójimo— sé que no me serviría de nada explicar concienzudamente que Logroño es una ciudad, con sus casas, con sus hombres, con sus problemas de vivienda y con todo eso que deben tener las ciudades conscientes de su responsabilidad. Por eso, en lugar de referirme a estas cosas —que nadie se iba a creer, porque ¡bueno es el prójimo para creerse la verdad monda y lironda!—, voy y le explico a la gente:

—Yo nací en Logroño porque era el lugar más cercano a la casa en que vivían mis padres. Ya sé que a usted le haría mucha más ilusión el que yo hubiera tomado contacto con el mundo de Baltimore o en algún sitio así; pero ¿qué iba a hacer yo en Baltimore sin saber inglés? La cigüeña, abandonándome en un portal, me hubiera condenado a la muerte por hambre, porque ¿cómo iba a pedir yo la papilla y todas esas tonterías que piden los niños? Si hasta para solicitarlas en su lengua vernácula tiene el niño que vencer serias dificultades, imagínese usted las que yo hubiese tenido que remontar para pedirlas en inglés. Pero supongamos que una anciana miembro de la Sociedad Protectora de Animales, confundiéndome con un gato, me hubiera recogido. ¿Iba yo a alimentarme de cordilla? ¿Iba a ronronear? ¿Iba yo a despedir chispas en la oscuridad al ser frotado a contrapelo? ¿Iba yo a cazar ratones? ¿Iba yo a mayar la luna?

Al llegar a este punto de mi explicación, la gente ha trocado su contenida hilaridad por una gorda compasión. Yo, lanzado, insisto:

—Ya ve usted lo que me hubiera ocurrido de no nacer en Logroño. Vamos ahora con ese ataque de risa que le ha entrado a usted al enterarse de que yo nací allí. ¿Por qué demonios le hace a usted tanta gracia eso? Yo se lo voy a decir. Usted está acostumbrado a ver en las funciones de teatro de mucha risa a un actor que sabe decir Logroño con más salero que nadie. Este actor, que también sabe hacer reír diciendo pescadilla, y que muy pronto sabrá meterle la risa en el cuerpo diciendo acetate, le hace a usted partirse el estómago a carcajadas previo el desembolso, por parte de usted, del precio de la localidad. Muy bien: si yo le he hecho reír diciendo Logroño, es que yo soy tan gracioso como ese actor. Por lo tanto, lo que procede es que usted me dé cuarenta pesetas.

Casi toda la gente, al escuchar esto, me manda a hacer gárgaras, desde luego. Pero yo no me desanimo. Yo, siempre que ocurre lo que acabo de relatar, voy y pido las cuarenta pesetas.

Todavía no he entendido por qué no me las dan.

Rafael Azcona 
(Diario Pueblo, 9 de julio de 1955)






Entre 1952 y 1958, el periodo que transcurre entre su llegada a Madrid y sus comienzos cinematográficos. Rafael Azcona colaboró en diversas y variopintas publicaciones, pero lo hizo principalmente en La Codorniz, de cuyo equipo de redacción llegó a formar parte y donde escribió y dibujó con los seudónimos de Arrea, Az., Agencia Azcona, Profesor Azconovan y Repelente. 

En el diario Pueblo, entre el verano de 1954 y el otoño de 1956 publica un artículo semanal y un chiste casi diariamente.








RAFAEL AZCONA por ANTONIO MINGOTE

TEXTO Y FOTOGRAFÍAS: LUIS ALBERTO CABEZÓN

BELEZOS
REVISTA CULTURAL POPULAR Y TRADICIONES DE LA RIOJA
OCTUBRE 2011 Nº 017



Nos vemos en su piso madrileño de la calle Samaria desde donde tiene una vista privilegiada de Madrid. El motivo: recordar algunos pasajes de su vida junto al guionista a quien conoce al llegar a Madrid a finales del año 1951. El recuerdo y cariño hacia su amigo es permanente, tanto es así que en la entrada de su despacho tiene colgados dos dibujos que Azcona le regaló.

Mingote y Azcona, dos figuras relevantes de la cultura española contemporánea, dos emigrantes en el Madrid de los años 50, cruzan sus caminos en el Café Varela de la céntrica calle Preciados. A sus 92 años, el genial dibujante, escritor y académico de la lengua, hace esfuerzo por recordar esos primeros momentos.

Háblame de tus primeros recuerdos junto a Rafael Azcona, ¿cómo le conociste? Os presenta Carlos Clarimón… 
Ha pasado mucho tiempo y el recuerdo, en algunos detalles, es vago, pero sí está claro que Rafael Azcona, Carlos Clarimón y yo éramos grandes amigos y estábamos siempre juntos. Y sí, nos presenta Carlos. Íbamos juntos a todos los sitios: a comer, al café, al cine, a lo que fuera. A comer, obviamente, lo poco que comíamos en esos años. Existen muchas fotografías de los tres juntos, algunas de ellas publicadas. Mis primeros recuerdos con Rafael son, por tanto, los de estar siempre juntos.

¿Cuáles fueron tus primeras impresiones de Azcona? 

Enseguida me hice amigo de él porque conectamos. Quizás fuera su manera de expresarse y por sus ideas. Tenía un carácter, un temperamento, muy afín a mí. Entonces, nos entendimos enseguida.

¿Quiénes os acompañaban en esos momentos, qué personas recuerdas?
En aquellos momentos íbamos al Café Varela donde había muchos escritores, periodistas y poetas. Los viernes se celebraba un evento denominado Versos a Medianoche. Allí hablábamos, reíamos, escribíamos… vamos, todo lo que hacen los amigos. Era un ambiente intelectual de donde salió muchísima gente de la cultura, entre ellos Manuel Alcántara, Eduardo Alonso, o el propio Rafael Azcona. Recuerdo un periodista muy simpático y gracioso llamado Álvaro Linares-Rivas que estaba mucho con nosotros y que luego se fue a vivir a León. Por cierto, en la novela Los ilusos, Rafael habla mucho de Álvaro, eso sí, con otro nombre.





Versos a Medianoche era el nombre que se daba a unos recitales poéticos concebidos por el industrial Eduardo Alonso en 1946. Estas veladas se celebraban cada viernes a las 23:30 horas en el citado Café Varela. Bajo una tarima, un tropel de versificadores declamaba sus rimas frente a un enfervorizado público. Antonio Mingote hizo el dibujo que ilustraba los programas. Ahí comienza tu relación con Rafael Azcona. Fueron 10 años de amistad continuada…


Sí, en esos años nos veíamos todos los días, a todas horas. Prácticamente, vivíamos en las cafeterías, allí dibujábamos y escribíamos; no solo a mano, sino a veces incluso a máquina.

Por tanto, en esos años 50 hacíais vida en los cafés: Varela, Comercial, Maraca, Marlin, Gijón, etc… 
El Café Gijón lo frecuentábamos menos. El Varela sí, luego el Comercial y el Maraca. Este último es en el que estuvimos más tiempo. Era un bar muy pequeñito y allí estábamos siempre solos.

Antes has citado que escribíais a máquina en cafeterías. ¿Cómo eran esos escritos? 
Son estupendas novelas que están ahí para que las lea la gente y las valore. En esos años 50 tuvieron un éxito enorme, y enseguida algunas de ellas fueron adaptadas al cine. A través de las novelas, además, Rafael Azcona entró en el cine gracias al italiano Marco Ferreri. 

Aparte de los cafés, tu piso de la calle Blasco de Garay era lugar de encuentro…
Sí, mi casa era un centro de reunión, era la única casa organizada que existía. Allí nos reuníamos, hablábamos, merendábamos y todas esas cosas; lo normal en unos amigos que se ven siempre. Y compartíamos los libros, lecturas, ideas, ilustraciones, proyectos… todas esas cosas que se hacen cuando se es joven. Eso sí, aunque
colaboramos alguna vez, ni Rafael ni yo ideamos ningún proyecto conjunto. Íbamos por libre.

Azcona me ha contado anécdotas sucedidas en tu casa. Por ejemplo, una temporada os dio por hacer monotipos, es decir, pintabais sobre un cristal y sobre él aplicabais una hoja de papel. Así rompisteis los cristales de bastantes ventanas. Otra anécdota es el lanzamiento de aviones de papel por la ventana y cómo el genial humorista Tono consiguió hacer uno que, en lugar de planear, caía al suelo como si fuera de plomo.
Rafael tenía mejor memoria que yo, aunque sí tengo vaga idea de lo que me dices.

¿Recuerdas dónde comíais?
En los últimos tiempos, íbamos a un restaurante económico llamado Riz, en la calle Apodaca. Allí comíamos bien. Y de ahí, pasábamos al Café Comercial, que está cerca.



                  Colaboraciones

Azcona trabajó en La Codorniz como redactor cada mañana y, como colaborador, un par de tardes a la semana. Allí escribía, dibujaba y maquetaba junto al redactor jefe Fernando Perdiguero. Más de 500 relatos y 300 chistes gráficos llevan su firma en los seis años que colaboró (1952-1958).

Azcona siempre te agradeció tu generosidad al llevarle a la redacción de la revista de humor La Codorniz donde colaborabas…
No recuerdo exactamente cómo fue la primera vez que Rafael vino conmigo a la redacción de La Codorniz. Supongo que él tenía algunos textos y echamos a andar para allí. Le presenté como amigo y todo fue muy natural; muy lógico: él valía, tenía mucho talento y, por lo tanto, conectó y lo aceptaron. Él se quedó a trabajar físicamente en las oficinas de La Codorniz pero yo no. Solamente pasaba por allí. A Rafael le gustaba dibujar. Yo le ayudaba con el dibujo. Le daba ideas. Por ejemplo, el repelente niño Vicente le ayudé a dibujarlo. Estuve en esos primeros momentos de su creación de lo cual, andado el tiempo, me congratulo. Él tenía muchas ideas e hizo unos dibujos muy bonitos. Podía haber sido un gran dibujante, pero realmente no lo cultivaba. En principio, su dibujo era muy elemental, pero lo suficiente para hacer aquellos dibujos tan graciosos del repelente niño Vicente.

¿Cómo definiríamos el humor que se hacía en La Codorniz? Burla las convenciones; destrucción del tópico, de la rutina, de lo establecido; contra la intransigencia (a favor de la tolerancia), la violencia (a favor del pacifismo, el diálogo), lo cursi (a favor de lo poético)…
Era surrealista, poético, abstracto, subterráneamente crítico porque ponía en ridículo todo lo serio y respetable. Se burlaba de las normas. En el discurso que hice para la Academia está todo.

Se refiere al discurso de ingreso en la Real Academia Española de 20 de noviembre de 2008 titulado: Dos momentos del humor español. Madrid Cómico - La Codorniz...

Volviendo al repelente niño Vicente…
Ilustración de Mingote
para la novela Los Ilusos
Es un personaje singular, un gran personaje del humor, una gran creación humorística. El repelente niño Vicente tenía una personalidad enorme. Como todo lo que hizo Rafael. Tenía un talento enorme e hizo cosas fantásticas. Podía haber hecho más, pero su éxito como guionista de cine impidió que fuera un gran escritor de novelas.


Aparte de la citada Los ilusos, tiene novelas fantásticas como Los europeos…
Sí, es cierto, pero si solo hubiera sido escritor, a lo mejor no hubiera tenido tanto éxito como tuvo como guionista. Como guionista fue fantástico. La mitad de la obra de Luis García Berlanga es de Rafael Azcona; la prueba está en que cuando el cine de Berlanga no tiene a Rafael, se resiente. Berlanga tenía talento y sabía hacer cine, pero sin Rafael no hubiera hecho las grandes obras que realizó, como Plácido, El verdugo o La vaquilla.

Para finalizar, otra colaboración vuestra poco conocida fue la caligrafía de los textos de “El malvado Carabel”, adaptación de la novela de Wenceslao Fernández Flórez que llevaste al cómic en La Codorniz. Además, fuiste su mentor en la revista Chicas…
Sí, con respecto a El malvado Carabel, yo hacía los dibujos y los textos los escribía él porque tenía una letra muy bonita. En cuanto a las colaboraciones con la revista Chicas le llevé a la redacción y su buen hacer y talento hicieron el resto.


COLABORACIONES AZCONA - MINGOTE

- Portadas de Los muertos no se tocan nene. Taurus Ediciones,1956 / Punto de Lectura, 2011.
- Portada de El pisito. Novela de Amor e Inquilinato. Taurus Ediciones, 1957.
- Prólogo de Rafael Azcona para Mingote, pequeño planeta, 1957.
- Caligrafía textos “El malvado Carabel” en La Codorniz.
- Portada e ilustraciones de Los ilusos. Ediciones Arión, 1958 / Ediciones del Viento, 2008.
- Cartel película El pisito (1958).
- Press-book de El cochecito (1960).
- Cartel película Los nuevos españoles (1974).
- Artículo “Madrid, años cincuenta” de Rafael Azcona para el libro Retrato de Antonio Mingote. Círculo de Lectores
S.A., 1987.
- Cartel de la película Los muertos no se tocan, nene (2011).







Carta a un pariente pobre

QUERIDO PARIENTE: He de poner en tu conocimiento que ayer tarde, tu chico, el pequeño, el que pide limosna por las calles, ha tenido la desfachatez de saludarme. Sí, de saludarme, y no respetuosa e inteligentemente, sino con mala intención: iba yo con un señor muy importante, y tu chico, esa mala bestia, se ha acercado a mí y me ha dicho: «Hola tío, buenas tardes». ¿Te imaginas qué rato he pasado? He tratado de disimular, y le he dado la peseta, pero el sinvergüenza de él ha insistido: «Gracias, tío. Si no manda otra cosa, me voy a seguir pidiendo un poco, que tenemos que comprarle penicilina a mi madre».

Querido pariente: esto no se puede consentir. Yo soy un hombre bien relacionado y las gentes no deben saber que tengo unos parientes dedicados a la mendicidad. Si se enteran, me retirarán su saludo, no querrán negociar conmigo, vendrá mi ruina y, por tanto, el día de Navidad no os podré dar el aguinaldo que, como tú sabes bien, en ese día no os ha faltado nunca, porque yo soy un hombre de bien y comprendo que en las fiestas navideñas , más que en ninguna otra, todos debemos sentirnos hermanos.

Espero que prohíbas a tu hijo que me salude por la calle, también si no pide limosna, pues va vestido andrajosamente, padece un eccema asqueroso y, por si esto fuera poco, tiene un aire de tonto que no puedo soportar. Comprende que una cosa es la familia y otra el descrédito; no sabes la de malabarismos que he tenido que hacer para convencer al señor que me acompañaba de que tu chico era un loco. A vosotros os conviene más que a mí que estas cosas no se vuelvan a repetir; recuerda lo del aguinaldo, piensa que el año pasado os enviamos garbanzos, arenques, higos secos y hasta un cuarto de kilo de turrón variado, y no hablemos de todas las prendas que, aun siendo usadas son ropas buenas y elegantes, continuamente os envía mi señora.

Atiéndeme;  de lo contrario daré parte a la policía y enviaré a tu chico a un reformatorio. Por su bien, naturalmente. Cordiales afectos.

Azcona
La Codorniz 
Nº 881, 5-10-1958


















Peluquería de lujo

ENTRÉ EN LA PELUQUERÍA DE LUJO con la esperanza de que en ella atendieran mis deseos de no ser sometido a la tortura y a la afrenta de la máquina rapándome el cogote. Apenas me senté en el sillón, se acercó a mí un señor muy fino y muy correcto que me sometió a un interrogatorio:

—¿Desea el señor?
—Que me corten el pelo con unas tijeras, sin raparme el cogote con la máquina...
—¿Lavado de cabello?
—No.
—¿Afeitado?
—No.
—Loción?
—No.
—Muy bien... ¿Qué tipo de conversación desea el señor?
—¿Cómo, cómo dice?
—Nuestros oficiales peluqueros dominan diversas materias de gran interés y podemos ofrecerle aquel que más afín sea a usted en gustos, preferencias y aficiones... ¿Toros? ¿Fútbol? ¿Zarzuela? ¿Bulos? O, ¿acaso desea el señor algo más elevado? ¿Filatelia? ¿Política internacional? ¿Pintura? ¿Economía?
—Mire... A mí me corte el pelo con las tijeras y sin meterme la máquina en el cogote y en paz...
—A sus órdenes, señor... ¡Rodríguez! Que venga el especialista en ideas sobre la paz...
Inmediatamente se presentó a mi lado un peluquero de aire distinguido que desplegó ante mí un paño acabadito de sacar del autoclave. Me lo colocó con gran cuidado, y comenzó a cortarme el pelo y a hablar:
—Es evidente que la paz está en peligro... Creo, con el permiso del señor, que solo un organismo internacional con la fuerza armada suficiente para defender sus decisiones sería capaz de estabilizar en el mundo una situación pacífica... Acaso también pudiera prestar este servicio a la humanidad un superestado que por su potencia impidiera las conflagraciones... Claro está que tal solución es patentemente injusta, pues hay que considerar...
Yo le oía perplejo. Le oí durante quince minutos. Cuando me retiró el paño, no pude contener mi curiosidad:
—¿Cómo sabe usted tantas cosas sobre la paz?
—Soy diplomado en Ciencia, Teoría y Alrededores de la Paz, señor... Y además pasé la niñez en Suiza... A sus órdenes, caballero...
Salí de la peluquería. Cuando me vio mi novia, me dijo:
—¡Vaya! ¡Ya te han rapado otra vez el cogote!— Y era verdad.

AZCONA
La Codorniz
Nº 788, 23-12-1956




Si los ingleses no fueran flemáticos

(LA ESCENA REPRESENTA ESE sitio de Londres en el cual hay bastantes tipos que, subidos en una silla, pronuncian discursos como quien lava. Un grupo de ingleses atiende, sucesivamente a los distintos oradores).

ORADOR ANARQUISTA.— ¡Pueblo! ¡Hay que derribar de sus pedestales a los falsos ídolos! ¡Revolución y bombas a tutiplén! ¡Atentado y tente tieso! ¡Al asalto, a las barricadas, a la defenestración y a todo eso! ¡No queremos que nadie coarte nuestra libertad! ¡Lapidemos a...! (El grupo de ingleses, que ha ido entrando en calor, se quita las chaquetas y los hongos, y la emprenden a golpes con el orador, que da con su cuerpo en tierra, donde es aparagüeado violentamente).

ORADOR REACCIONARIO.— Hermanos... Paz y concordia... La revolución es un disparate tremendo y peligrosísimo... Evolucionemos, evolucionemos lentamente, siempre apoyados en la venerada tradición... Dejemos para otras gentes la violencia, y pongámonos nosotros en manos del respeto al poder constituido, que es tan bueno y que nos quiere como un padre... (El grupo de ingleses se pone las chaquetas y los hongos, agarra sus paraguas, adquiere palomas a las que da suelta, pinta grandes pancartas que dicen: «¡Viva el Lord Mayor», «Viva la reina Victoria», «Viva el orador», «Viva el fiscal», y cosas así. Luego, todos hacen una suscripción y le compran al orador un Jaguar último modelo).

ORADOR APOCALÍPTICO.— ¡Miserables! ¡Cubrid vuestros frentes de ceniza, revolcad vuestros groseros cuerpos en el polvo, daos pellizcos en los ojos, porque el día de la condenación está próximo, y las trompetas justicieras van a oírse de un momento a otro! ¡Huid de la vanidad y consagraos a la expiación! (El grupo de ingleses se llena los cabellos de ceniza, se tira sobre el polvo del camino, se pellizca los globos oculares y se golpea con ramas de árbol furiosamente, mientras profiere terribles gritos de terror y de arrepentimiento).

ORADOR CHIFLADO.— ¡Oídme, vosotros, los animales que osáis tener nariz para oler y pies para andar! ¡Soy el descubridor de la Nueva Verdad, y estoy obligado a revelarla! ¡El hombre no vive de oxígeno, sino de pastaflora; ni camina porque es grávido, sino que tiene dientes! ¡Escuchad la voz de la Nueva Verdad! ¡Sabed que la salvación está en dejar de respirar el oxígeno, que es malsano, y en volar como pájaros, que es lo bueno! (El grupo de ingleses se sube a los árboles y a los monumentos, deja de respirar y se lanza al espacio. Todos los agrupados perecen, pues el que no se muere del golpe se muere de asfixia. Sobre ellos cae el orador haciendo: «Pi... Pi... Pi...» como si fuera un pájaro. Pasa por allí un policeman, el cual en lugar de hacer como ahora, o sea, llamar al Yard y decir muy serio que ha ocurrido un sensible accidente, se echa las manos a las sienes y sale gritando: «¡Una catástrofe, una catástrofe! ¡Policía, Policía»).

AZ.
La Codorniz
Nº 779, 21-10-1956