domingo, 16 de junio de 2013

MURILLO



El buen pastor







MURILLO


La pintura de Murillo evoca mejor que la de ningún otro artista una imagen singular de la España católica de iglesias barrocas y cuadros de delicadas Vírgenes rodeadas de angelitos. Su fama como pintor religioso le viene dada por su personal interpretación de la historia sagrada en una clave sencilla y amable, muy apreciada por el pueblo.

Si bien es cierto que Murillo es pintor eminentemente religioso, hay espacio en su arte para otros temas conocidos, como la pintura de género y el retrato, en los que fue un consumado maestro y que contribuyen a que sea considerado hoy, sin ningún género de dudas, uno de los mejores pintores del siglo XVII.


ADORACIÓN DE LOS PASTORES

No obstante, pocos artistas han visto su fama tan sometida a los avatares de las modas de la historia como este artista español. Su popularidad en la Sevilla de su tiempo fue enorme, y los intelectuales de la ciudad fueron en todo momento conscientes de que entre ellos se hallaba un artista excepcional. Sus cuadros, sin embargo, no entrarían en las colecciones reales hasta principio del siglo XVIII, cuando la reina Isabel de Farnesio, durante cuatro años largos de estancia en Sevilla, se hiciera incondicional de su pintura y adquiriera buena parte de los cuadros que hoy se hallan en el Museo del Prado.

La Popularidad del artista cruzó muy pronto las fronteras de su país; hay que tener en cuenta que casi todas sus pinturas de género se hallaban en colecciones inglesas, flamencas y holandesas antes de que acabara el siglo XVII. Es significativo que ninguno de estos cuadros pueda verse hoy en España. 



LA COCINA DE LOS ÁNGELES


El año mismo de su muerte, 1682, la estampa de su autorretrato era grabada en Amberes, honor indiscutible para un artista que apenas había abandonado Sevilla en una o dos ocasiones para visitar Madrid y que no había realizado el casi preceptivo viaje a Italia. Mucho contribuyó sin duda al conocimiento en Europa de su obra la publicación, un año después de su muerte, de la versión latina de Joaquín Sandrat de su leben der berühmten maler (Vida de pintores famosos), en donde se hacía una semblaza artística junto a la biografía del pintor, por otra parte plagada de errores. 

El siglo XVIII vio crecer la fama de Murillo en Europa, como se desprende del comentario que Palomino, el Vasari español, hace en su Museo Pictórico y Escala Óptica (1724): "Hoy día, fuera de España, se aprecia un cuadro de Murillo más que uno de Tiziano o Van Dyck".

Cierto que el gusto por el refinamiento y la delicadeza que impuso el rococó coincidieron en gran medida con el espíritu que evocan muchas obras del sevillano, sobre todo de su última época. El interés de las monarquías europeas por los cuadros del español es bien conocida: Luis XVI compra dos de sus obras, hoy en el Louvre, y Catalina la Grande de Rusia, por recomendación de Diderot, adquiere La Huida a Egipto, hoy en el Ermitage. En Inglaterra, con el auge extraordinario del coleccionismo y la creciente riqueza del país, aumenta el interés por la pintura española. En 1740, el famoso autorretrato que Murillo pintó a petición de sus hijos, hoy en la National Gallery de Londres, formaba ya parte de la colección del príncipe de Gales. Dos de los mejores pintores ingleses dejan ver su admiración por la pintura del español: Thomas Gainsborough (1727-1788) copia de memoria una de las versiones del Buen pastor, y en el Niño con perro de  Joshua Reynolds (1723-1792) es patente la influencia de la sensibilidad de Murillo.

En Alemania, la existencia de numerosas escenas de género de Murillo en la Alte Pinakothek de Munich guarda relación con la estancia de Maximiliano II de Baviera como gobernador en los Países Bajos, donde compraría dos de las mejores pinturas profanas del maestro español, Niños jugando a los dados y Niños comiendo uvas y melón. Como se deduce del interés que su pintura despierta en las cortes extranjeras, el nombre de Murillo era en el siglo XVIII más conocido fuera de España que el de Velázquez.


CRISTO DESPUÉS DE LA FLAGELACIÓN

Con la invasión napoleónica se difunde aún más el conocimiento de Murillo allende las fronteras. El mariscal Soult aprovecha su posición de privilegio en la ciudad de Sevilla para despojar sistemáticamente los templos de la ciudad de sus mejores pinturas. Como Murillo era el pintor más conocido en Francia en ese momento, el militar francés saquea todas las series importantes de los conventos, salvo la del monasterio de los Capuchinos, que había sido previamente enviada a Gibraltar como medida de precaución ante la famosa rapacidad del francés. Como resultado de todo ello, París atesoraba en la época del Primer Imperio gran número de cuadros de Murillo, algunos de los cuales retornaron a España después de la caída de Napoleón.


Más avanzado el siglo, las medidas desamortizadoras impulsadas por el gobierno de Isabel II condujeron al cierre de conventos y a la venta de sus bienes, lo que facilitó la exportación de obras españolas y muchas de Murillo. Todo ello culminará en Francia con la apertura, en el Museo de Louvre, de la Galería Española.

El reconocimiento que el arte del sevillano empieza a alcanzar en Europa lleva a un tratadista de la talla de Jacob Burckhardt a definirlo en 1845 como "el primer pintor de su siglo" y a que en 1831 Honoré de Balzac escriba en Peau de Chagrin que entre las pocas cosas que le han podido recordar la gloria del primer amor se encuentran "la vista del lago de Brenne, algunos motivos de Rossini, la Virgen de Murillo que posee el mariscal Soult...". Por su parte, uno de los más grandes novelistas de su siglo, Gustave Flaubert, escribe a su paso por Roma en 1851: "Estoy enamorado de la Virgen de Murillo de la galería Corsini. Su cabeza me persigue y sus ojos pasan y vuelven a pasar ante mí como luces en danza".

El aprecio por las obras del maestro español alcanza su punto más alto cuando, en 1852, la Inmaculada de los Venerables es vendida en subasta al Museo del Louvre por los herederos de Soult en 615.300 francos, la mayor suma alcanzada jamás por una obra de arte hasta entonces.
En ese momento se inicia un lento declive en la valoración de su arte y de su fama, que, no por casualidad, coincide con el encumbramiento de Velázquez, el cual pasa a ser considerado como el mejor pintor español.

Menos de diez años después de la famosa subasta parisina en la que su Inmaculada alcanzó un precio astronómico, en la misma Revue en la que tanto se había ensalzado al artista se niega ahora su genio y se le considera tan solo un buen pintor para gentes piadosas. En 1875 las críticas de la revista inglesa Atheneum son todavía más duras al cuestionar su inspiración religiosa e incluso sostener que ningún pintor ha poseído menos misticismo y espiritualidad. Resulta evidente que el declive del realismo y el nacimiento de un nuevo concepto de la pintura, introducido por los impresionistas, afecta negativamente a la consideración del artista español. Murillo es tachado de sensiblero y anecdótico, falto de profundidad e intrascendente. El despego que este grupo de artistas siente hacia el contenido, su insistencia en la ejecución del cuadro y el deseo de renovación artística impidieron a la vanguardia del arte europeo apreciar el valor indiscutible de la obra del sevillano.

NIÑO SONRIENDO


Es a principios del siglo XX cuando se inicia un lenta pero firme recuperación de su figura. La obra del pintor empieza a ser juzgada en relación con su época, dejando atrás los numerosos prejuicios que la habían empañado y que hacían imposible evaluarla de forma objetiva, como fruto de la realidad histórica  de su momento, la Sevilla del siglo XVII. 

Enrique Valdivieso




Giovanni Battista Draghi PERGOLESI


(Iesi (Italia) 4 de enero de 1710 - Pozzuoli (Italia) 16 de marzo de 1736)


Stabat Mater 



Mezzosoprano: Vivica Genaux 
Fairbanks, Alaska (USA)

 Soprano: Sabina Puértolas

Tafalla, Navarra (España)





-"Stabat Mater Dolorosa" Grave, F minor, common time; duet
-"Cujus animam gementem" Andante amoroso, C minor, 3/8; soprano aria
-"O quam tristis et afflicta" Larghetto, G minor, common time; duet
-"Quae moerebat et dolebat" Allegro, C minor, 2/4; alto aria
-"Quis est homo" Largo, C minor, common time; duet
-"Pro peccatis suae gentis..." Allegro, C minor, 6/8
-"Vidit suum dulcem natum" Tempo giusto, F minor, common time; soprano aria
-"Eja mater fons amoris" Andantino, C minor, 3/8; alto aria
-"Fac ut ardeat cor meum" Allegro, G minor, cut common time; duet
-"Sancta mater, istud agas" Tempo giusto, C minor, common time; duet
-"Fac ut portem Christi mortem" Largo, G minor, common time; alto aria
-"Inflammatus et accensus" Allegro ma non troppo, G minor, common time; duet
-"Quando corpus morietur" Largo assai, F minor, common time; duet
-"Amen..." Presto assai, F minor, common time.


LA DOLOROSA
-MURILLO-









Santa Ana y la Virgen


Bartolomé Esteban Murillo es quizá el pintor que mejor define el Barroco español. Nació en Sevilla, Andalucía (España) donde pasó la mayor parte de su vida. La fecha exacta de su nacimiento se desconoce con exactitud, se cree que debió ser el 31 de diciembre de 1617. Murillo pasó toda su vida en la ciudad de Sevilla y salvo una o dos breves instancias en Madrid no se le conoce ningún viaje de importancia. Pocos artistas españoles han estado ligados a su lugar de nacimiento como este pintor andaluz. Su biografía contrasta en ese sentido con la de Diego Velázquez, también sevillano, que abandonó pronto su ciudad natal para afincarse en Madrid y hacer carrera en la corte y que viajó a Italia en dos ocasiones al servicio del rey.  


LA ANUNCIACIÓN


El arte de Murillo muestra la poderosa influencia del medio social y cultural sevillano, dominado por un fuerte sentimiento religioso, enraizado en el espíritu de la Contrarreforma. Aunque la comunidad de comerciantes holandeses y flamencos afincados en la ciudad contribuyó a poner en contacto a los círculos artísticos de la ciudad con las nuevas tendencias provenientes de Europa, es la propia ciudad de Sevilla la que moldea la personalidad artística del pintor. Varias generaciones de críticos, literatos y viajeros han seguido imaginando a Sevilla de acuerdo con las impresiones evocadas por sus pinturas. Incluso hoy en día no es difícil dejarse arrastrar por la imaginación en la ciudad recreada por Murillo, en sus golfillos que juegan en sus calles o en las Inmaculadas que despiertan el fervor popular.

La Sevilla que conoce Murillo no es, ni mucho menos, el gran puerto comercial y cosmopolita que había sido en el siglo XVI. Por aquel entonces, la flota de Indias traía grandes cantidades de metales preciosos, que dieron origen a una próspera clase de comerciantes y viajeros.


INMACULADA CONCEPCIÓN
DEL ESCORIAL


Cuando Murillo viene al mundo, la ciudad nada tenía que ver con aquella "Roma triunfante en ánimo y grandeza" que había descrito Cervantes. Comenzaba un siglo de crisis económica que se reflejaría en el declive demográfico. El comercio con América fue perdiendo vitalidad, y cada vez fueron llegando con menos frecuencia los metales preciosos y los bienes de consumo. Siendo Sevilla una ciudad en extremo dependiente de la paz política que permitiera un comercio fluido con las colonias, un siglo de continuas guerras como fue el siglo XVII causó efectos devastadores sobre la vieja metrópoli. Con todo, el peor estrago fue la terrible epidemia de peste de 1649, un año después de que España fuera reemplazada por Francia como potencia hegemónica tras la firma del Tratado de Westfalia. La epidemia segó la vida de 60.000 personas, reduciendo la población al número aproximado de 65.000 habitantes.

Conociendo las calamidades que padeció Sevilla y que el pintor indudablemente vivió en primera persona, sorprende que no dejara ningún reflejo aparente de ellas en su arte. Es evidente que optó por una pintura conmovedora y de evasión, en la que el pueblo de Sevilla pudiera hallar el necesario consuelo espiritual. De todos modos, la infancia del pintor no parece que fuera demasiado dura.


INMACULADA CONCEPCIÓN DE LOS VENERABLES
(INMACULADA SOULT)


Su padre era un cirujano barbero llamado Gaspar Esteban y su madre se llamaba María Pérez Murillo, siendo este último apellido materno el elegido por el artista para darse a conocer en el mundo artístico sevillano. Constituían una familia numerosa y el pequeño Bartolomé era el hijo número catorce, el benjamín. La situación económica de la familia era bastante aceptable y el futuro pintor se criaría sin estrecheces. Pero en cuestión de un año fallece el padre (1627) y la madre (1628) por lo que el joven Bartolomé pasará al cuidado de su hermana Ana, casada con un barbero cirujano de nombre Juan Agustín  Lagares. Las relaciones entre los cuñados serían muy buenas, tal y como atestigua que Murillo fuera designado albacea testamentario por su cuñado. No disponemos de más datos hasta que en 1633 firma un documento en el que declara su intención de emigrar al Nuevo Mundo. El viaje lo realizaría con su hermana María, su cuñado el doctor Gerónimo Díaz de Pavía y su primo Bartolomé Pérez. Consta que algunos miembros habían probado fortuna en las Indias; el indeciso joven se dejaría arrastrar por el sueño de la aventura americaca. Pero dicho viaje nunca se produciría y Murillo inicia su aprendizaje artístico con Juan del Castillo, en cuyo taller permanecerá cinco años. Del Castillo no era un artista de primera fila pero sus trabajos eran respetados en el ambiente artístico sevillano y tenía un buen número de encargos. Además contaba entre sus colaboradores con Alonso Cano, pintor, escultor y arquitecto y uno de los mejores artistas españoles del siglo XVII. De su maestro aprendió Murillo, además de los rudimentos de su arte, la forma armoniosa y afable de representar a las figuras. Fue sin embargo en otras fuentes donde el incipiente artista buscó su vocabulario artístico.





Hasta el presente se considera esta obra como la más temprana que conocemos de Murillo. Procede del convento de los Padres Dominicos de Santo Tomás en Sevilla. En su composición y técnica el pintor se presenta heredero de maestros de generaciones anteriores. Murillo todavía no ha creado un estilo personal y por eso en el dibujo muestra evidentes influencias de su maestro, Juan del Castillo, especialmente en los rasgos delicados y finos con los que describe los rostros y las sonrisas insinuadas. En el rompimiento de Gloria que aparece en la zona superior -formado por ángeles mancebos que tocan música y cantan mientras que angelitos arrojan flores a santo Domingo- se constata la influencia de Juan de Roelas. Los ropajes que cubren a los personajes estarían inspirados en Zurbarán, sobre todo el modelado recio de los pliegues. 




Meditación de San Francisco
Juan de Roelas había sido una figura de primer orden en la pintura sevillana hasta su muerte en 1625, pero sus enseñanzas seguían vivas en sus obras y Murillo supo reinterpretar sus fondos poblados de ángeles musicos de origen veneciano. Por su parte, Francisco de Zurbarán había sido el pintor más aclamado de la ciudad hasta su marcha a la corte de Madrid en 1634. El influjo que este artista extremeño tiene sobre el joven Murillo es aún más notable, como se aprecia en la rotunda volumetría y monumentalidad de las figuras de su primer encargo importante, el Clautro Chico el convento de San Francisco. Se trata de la serie de trece lienzos para el Claustro Chico del convento de San Francisco en Sevilla. En estas obras muestra una notable influencia de Van Dyck, Tiziano y Rubens, lo que hace pensar a algunos en un posible viaje a Madrid, apoyándose en los datos aportados por Palomino y Ceán Bermúdez. No existe base documental para apoyar esta teoría, por lo que si realizó el viaje a la corte quedó en el más absoluto anonimato. Este año de 1645 será de gran importancia para el artista porque se casa el 26 de febrero con Beatriz Cabrera y Villalobos, joven sevillana de 22 años, vecina de la parroquia de la Magdalena donde se celebró el enlace.





En los 18 años que duró el matrimonio tuvieron una amplia descendencia: un total de nueve hijos. El éxito alcanzado con la serie del Claustro Chico -al aportar un estilo más novedoso que los veteranos Herrera el Viejo o Zurbarán- motivará el aumento del número de encargos. Por ello en 1646 ingresa en su taller un joven aprendiz llamado Manuel Campos al tiempo que debe buscar una casa más amplia para organizar un taller. Se traslada a la calle Corral del Rey donde sufrió la terrible epidemia de peste que asoló la zona de Andalucía -y en especial Sevilla- en 1649. La mitad de la población de la capital perdió la vida y entre los muertos debemos contar a los cuatro pequeños hijos del matrimonio Murillo.

 La crisis económica que vive la ciudad no impide que los encargos continúen a buen ritmo, siendo uno de los más importantes el enorme lienzo de la Inmaculada Concepción para la iglesia de los Franciscanos, llamada "La Grande" por su tamaño. En 1658 se traslada a Madrid donde es muy probable que conociese a Velázquez, quien le pondría en contacto con las colecciones reales donde tomaría contacto con la pintura flamenca y veneciana. Alonso Cano, Zurbarán y los artistas madrileños de esta generación también pudieron ser visitados por el sevillano pero no existen documentos que nos lo aseguren. A finales de 1658 Murillo está de nuevo en Sevilla, apareciendo como vecino de la parroquia de Santa Cruz donde permaneció hasta 1663 que se trasladaría a la de San Bartolomé. Los numerosos encargos que recibía le permitían disfrutar de una saneada economía, complementando estos ingresos con las rentas de sus propiedades urbanas en Sevilla y las de su mujer en el pueblo de Pilas. 


DESCANSO EN LA HUIDA A EGIPTO

El 11 de enero de 1660 funda una Academia de Dibujo en Sevilla, en colaboración con Francisco de Herrera el Mozo. Los dos artistas compartieron la presidencia durante el primer año de funcionamiento de esta escuela en la que los aprendices y los artistas se reunían para estudiar y dibujar del natural, por lo que se contrataron modelos. La presidencia de la Academia será abandonada por Murillo en 1663, siendo sustituido por Juan de Valdés Leal. Precisamente será en 1663 cuando Murillo quede viudo al fallecer su esposa como consecuencia del último parto. El artista no volvió a contraer nupcias, a pesar de que hubiera sido lo más corriente en la época, teniendo en cuenta que en la familia había niños pequeños. Por el contrario, permaneció viudo durante más de veinte años, en los que, según todo parece indicar, se refugió en la pintura.

El periodo más fecundo de Murillo se inicia en 1665 con el encargo de los lienzos para Santa María la Blanca -el Sueño del Patricio y el Patricio relatando su sueño al papa Liberio- con lo que consiguió aumentar su fama y recibir un amplio número de encargos: las pinturas del retablo mayor y las capillas laterales de la iglesia de los capuchinos de Sevilla y las pinturas de la Sala Capitular de la catedral sevillana.


LA VIRGEN DE SEVILLA
(SAGRADA FAMILIA)

Ese mismo año de 1665 Murillo ingresa en la Cofradía de la Santa Caridad lo que le permitió realizar uno de sus trabajos más interesantes: la decoración del templo del Hospital de la Caridad de Sevilla, encargo realizado por don Miguel de Mañara, un gran amigo del artista. La fama alcanzada por Murillo se extenderá por todo el país, llegando a la corte madrileña donde, según cuenta Palomino, el propio rey Carlos II invitó a Murillo a asentarse en Madrid. El artista rechazó el ofrecimiento alegando razones de edad. En 1681 Murillo aparece documentado en su nueva residencia de la parroquia de Santa Cruz. Allí recibió el último encargo: las pinturas para el retablo de la iglesia del convento capuchino de Santa Catalina de Cádiz. Cuando trabajaba en esta encargo sufrió una caída al estar pintando las partes superiores del cuadro principal. 


INMACULADA CONCEPCIÓN


A consecuencia de la caída, algunos meses más tarde, falleció el 3 de abril de 1682, de manera repentina ya que no llegó a acabar de dictar su testamento. En él pide que se le entierre en la parroquia de Santa Cruz y que se digan unas misas por su alma, nombrando como albaceas a su hijo Gaspar Esteban, don Justino de Neve y Pedro Núñez de Villavicencio. Los herederos de la pequeña fortuna acumulada serían sus hijos Gaspar y Gabriel. Según su primer biógrafo, Sandrart, en el entierro de Murillo hubo una gran concurrencia de público. Siguiendo el testamento, fue enterrado en una capilla de la iglesia de Santa Cruz, templo que fue destruido por las tropas francesas en 1811. Una placa colocada en la plaza de Santa Cruz en 1858 señala el lugar aproximado donde reposan los restos del gran artista sevillano.





Trasfondo ideológico de su obra pictórica

Para entender el trasfondo de su actividad artística, conviene una digresión sobre las circunstancias político-culturales de la sociedad de entonces. El devoto ambiente de la Contrarreforma hacía que esa producción constituyera un puntal de la autorrepresentación nacional española en la época de la Casa de Austria.


SAN PEDRO EN LÁGRIMAS

En ese período (siglos XVI y XVII) la política regia se concebía como servidora de unos valores, una misión religiosa, una visión cristiana de la vida y una solidaridad social fundada en tales valores.


SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA
 REPARTIENDO LIMOSNA

Esa visión fue conceptualizada por los teóricos del pensamiento jurídico-político español de los siglos XVI y XVII, cuyo más brillante adalid fue el jesuita Juan de Mariana. En esa visión idealizada, la España de los Austrias se concibe como el resultado, a la vez, de la naturaleza -que ha constituido la tierra hispana en una unidad diferenciada-, la historia - con sus contingencias dinásticas- y la común adopción de una fe cristiana y la adhesión a los valores católicos, las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, más las cardinales de prudencia, justicia, fortaleza y templanza.


SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA (NIÑO)
REPARTIENDO SU ROPA

El panorama que dibujan algunos doctrinarios de esa autoimagen nacional es un tanto maniqueo. 

Tendríamos, frente a frente:

Una Europa dominada por la concupiscencia, el maquiavelismo, la infidelidad, y donde los monarcas (particularmente los de Francia e Inglaterra) actúan por capricho, ambición, codicia y afán de gloria, sin respeto a los derechos ni a los tratados, sin honra, sin miramiento por las reglas de conducta militares y diplomáticas, sin caballerosidad, sin que prevalezca ni siquiera en el seno de las casas reinantes un sentimiento de piedad o concordia familiar.
Frente a esa Europa maligna, la monarquía hispano-austríaca encarnaría: la subordinación del interés del príncipe al amor a Dios y la salvación de las almas; la unión fraterna y espíritu de fidelidad ; la lealtad y la caballerosidad; el respeto escrupuloso de las reglas; la renuncia a nuevas conquistas (hasta la dolorosa expansión ultramarina viene sometida a dura autocrítica, en la obra de Las Casas y Vitoria); y la cohesión social, a través de la beneficencia. 

En particular, hay en el pensamiento español de esa época un contundente rechazo de la mentalidad luterano-calvinista, cuyo análisis hará decir siglos después al sociólogo alemán Max Weber que el capitalismo es hijo del protestantismo, mentalidad abrazada en Inglaterra, Holanda, las monarquías nórdicas, una buena parte de las germánicas y un sector de la nobleza francesa. La doctrina de la Contrarreforma recalcará al máximo el papel, para la salvación del hombre, de las buenas obras (y por lo tanto de la generosidad).


El debate sobre el futuro dogma de la Inmaculada Concepción era un reflejo de esa España Mariana en la autoimagen de nuestro Siglo de Oro. Ese proyecto de nuevo dogma adquiere los tintes de una ideología nacional, una exaltación de la Madre de Dios como protectora de la nación hispana y su misión político-cultural en el orbe, frente a las desordenadas fuerzas del mal.

De esa imagen es revelador el hecho de que en Sevilla había una comunidad negra -en parte esclavos, en parte libertos- congregados en una de las muchas cofradías y singularmente devotos de la Inmaculada Concepción.

Naturalmente hay variaciones y vacilaciones en tan exaltada y frecuentemente falaz autoimagen, que puede haber estado alejadísima de una realidad a menudo sórdida y desalmada.


VISIÓN DE SAN FRANCISCO
La visión de una España caballerosa en lucha contra los malignos y pérfidos enemigos del norte viene zarandeada en el Quijote y en la novela picaresca, e implícitamente cuestionada por las corrientes del tacitismo (concesión al maquiavelismo un poco vergonzante) con representantes como Diego Saavedra Fajardo (si bien este volverá al final a una visión más tradicional). Esos pensadores lamentan ese idealismo fácil, al que acusan de ser causa de nuestros reveses a mediados del siglo XVII (la presunta «decadencia»), preconizando en su lugar una política más astuta y más realista, menos escrupulosa o remilgosa, más parecida a la de las denostadas monarquías septentrionales. También entre la pléyade del nuevo pensamiento político-económico que fue el arbitrismo se encuentran actitudes que quieren más trabajo, más producción, más efectividad, y menos caridad estéril.

Ese transfondo sitúa la obra de Murillo, un pintor que va a plasmar en sus cuadros y en sus frescos, con acentos fortísimos, esa autoimagen que recalca la exaltación mariana, el amor al prójimo, a la gente humilde, la hermandad y la caridad (tema fundamental en su vida y en su obra).  

Pinta la calle, la vida corriente: muchachos andrajosos y picaruelos, mozas en la ventana con escaso pudor, enfocando siempre esas escenas sin vulgaridad y con una pizca de ternura y de gracia sevillana.


Sin embargo, aun aquellos cuadros que sufren en parte algunos de los defectos de que lo acusan sus críticos también ostentan rasgos de grandeza: alto nivel pictórico, ligereza, consistencia de coloridos, refinamiento de la medias tintas que brotan de la penumbra.

Murillo alcanza un patetismo mitigado y sugerente, no solo en el mundo que le resulta afín y familiar -incluso con acentos de desenfado burlesco-, sino también en las imágenes de las «intimidades cristianas», muchas veces de una refinada belleza.


Dos elementos clave en la obra de Murillo serán la luz y el color. En sus primeros trabajos emplea una luz uniforme, sin apenas recurrir a los contrastes. Este estilo cambia en la década de 1640 cuando trabaja en el claustro de San Francisco donde se aprecia un marcado acento tenebrista, muy influenciado por Zurbarán y Ribera. Este estilo se mantendrá hasta 1655, momento en el que Murillo asimila la manera de trabajar de Herrera el Mozo, con sus transparencias y juegos de contraluces, tomados de Van Dyck, Rubens y la escuela veneciana. Otra de las características de este nuevo estilo será el empleo de sutiles gradaciones lumínicas con las que consigue crear una sensacional perspectiva aérea, acompañada del empleo de tonalidades transparentes y efectos luminosos resplandecientes. El empleo de una pincelada suelta y ligera define claramente esta etapa. Las obras de Murillo alcanzaron gran popularidad y durante el Romanticismo se hicieron numerosas copias, que fueron vendidas como auténticos "Murillos" a los extranjeros que visitaban España.

SAN JUANITO Y EL CORDERO



A principios del siglo XIX, y sin que se sepa quién fue su autor, se puso en circulación la teoría que dividía el estilo de Murillo en tres estilos denominados "frío", "cálido" y "vaporoso". El frío correspondería a su época juvenil, debido a que en ese momento utilizaba fuertes contrastes de luz y sombra, además de un dibujo riguroso. El estilo cálido pertenecía a su obra de madurez, cuando emplea un colorido más fluido con tonos más intensos y brillantes. En el esplendor de su carrera, su estilo sería vaporoso, cuando el colorido se hace más transparente y difuminado, adelantándose el pintor al gusto por la paleta de colores pastel que estará tan en boga en el rococó francés. Aunque posteriores estudios han desechado esta teoría por considerarla excesivamente rigurosa y reduccionista, no es del todo ilógica y sí de gran utilidad para moverse de forma sencilla por la producción del artista. 




SUEÑO DEL PATRICIO JUAN





SANTA JUSTA




MUCHACHO BEBIENDO




LAS DOS TRINIDADES






LOS PEQUEÑOS VENDEDORES DE FRUTA






SANTAS JUSTA Y RUFINA



VIEJA CON GALLINA Y CESTA DE HUEVOS





NIÑOS JUGANDO A LOS DADOS





REBECA Y ELÍECER







SAGRADA FAMILIA DEL PAJARITO








MUJER DESPIOJANDO A UN NIÑO






MUCHACHA CON FRUTAS





NIÑOS COMIENDO UVAS Y MELÓN 





NIÑO ESPULGÁNDOSE






CUATRO FIGURAS EN UN ESCALÓN







NIÑO ASOMADO A LA VENTANA





NIÑO CON PERRO





MUCHACHA CON FLORES (LA PRIMAVERA)




NIÑOS COMIENDO DE UNA TARTERA




JOVEN CON CESTA DE FRUTAS (EL VERANO)




MUJERES ASOMADAS A LA VENTANA






A través de su pintura -y la de tantos genios del Siglo de Oro Español- 
nos resulta más próxima la forma de vida de aquella época.








Claudio Giovanni Antonio Monteverdi 

(Cremona, 15 de mayo de 1567-Venecia, 29 de noviembre de 1643) 
(compositor, gambista y cantante italiano)

 Sì dolce è il tormento

Danilo Rea e Paolo Fresu 







14 comentarios:

  1. Magnífico post.
    Lo que más me gusta de Murillo son sus pinturas costumbristas (Los cuadros religiosos son bastante empalagosos): "Pequeños vendedores de fruta", "Niños jugando a los dados", "Mujer despiojando a un niño", "El mendigo", "Cuatro figuras en un escalón"... y la mejor, "Mujeres asomadas a una ventana".
    Ahí está el barroco español, sobre cualquier otro pintor de la época.

    ResponderEliminar
  2. Jordi Savall, extraordinario, como siempre.

    ResponderEliminar
  3. Lamento profundamente estar de acuerdo con el crepuscular.

    ResponderEliminar
  4. Muchas gracias Charlie (No esperaba menos).
    Con buen material, a pesar del trabajo que conlleva, tiene que salir algo bueno.
    A mí sí me gustan su pinturas "religiosas", no todas, hay algunas que no he puesto (sobre todo Inmaculadas) que son todavía más recargadas en cuando al color.
    "El buen pastor" es una de mis pinturas favoritas.
    "Santa Ana y la Virgen"...esos pliegues y caídas de la ropa...
    Es uno de nuestro mejores pintores.

    ResponderEliminar
  5. Bueno, no te preocupes Gatopardo, eso no es grave.

    ResponderEliminar
  6. hay un cuadro, hablo en serio, que no parece de Murillo, y es el intitulado 'cuatro figuras en un escalón'.
    Alguien me puede decir algo al respecto?

    ResponderEliminar
  7. Es que Murillo es básicamente conocido por cuadros como "El buen pastor" y similares, pero no es el mejor Murillo. El mejor es precisamente el de cuadros costumbristas como el que mencionas, emparentado directamente con "Mujeres asomadas a la ventana", que a mí siempre me fascinó.

    ResponderEliminar
  8. Creo que te han despistado los quevedos de la señora o la disposición de las figuras, Jose, no lo sé exactamente, pero Murillo pintó muchísimos cuadros y de distinto género.
    Lo de las intitulaciones es un lío, por ejemplo, "Mujeres asomadas a la ventana", cuando se grabó por primera vez, a principios del siglo XIX, fue titulado "Las gallegas". Cuando se expuso por primera vez en Inglaterra, en 1828, se denominó "La cortesana española". Ahora aparece en casi todos los lados como "Mujeres en la ventana", yo le he puesto "Mujeres asomadas a la ventana".

    En el primer comentario, que se me perdonen los fallos, que ya no sé ni escribir, ah, y al "(No esperaba menos)le falta --> un :) , que pensaba que lo había puesto.

    ResponderEliminar
  9. aun con todo, juan, el toque de pincel y el color no son ni remotamente parecidos entre los dos cuadros que mencionas.
    y eso es lo extraño, tambien esos quevedos imposiblemente grandes.

    ResponderEliminar
  10. Tranquilo, Jose, el cuadro es de Murillo y no está "chopeado". La mujer mayor con quevedos es que es de la época de Quevedo, y son grandes, como los de Quevedo eran pequeños, había de todo, se comenzaban a usar gafas.

    Yo creo que el toque de pincel y el color de los dos cuadros son primos hermanos.

    ResponderEliminar
  11. Si yo estoy tranquilo, porque en realidad a mi Murillo me importa muy poco, y su pintura menos.
    Es simple curiosidad.

    ResponderEliminar
  12. fuera esa depresión... que eraaaa broooomaaaaa....

    ResponderEliminar
  13. Dependiendo de las fotografías se puede encontrar el mismo cuadro con colores diferentes y con distinta luz. Pasa con cualquier pintura y pintor. Yo miro unas cuantas antes de decidir cuál poner. También cuando se escanean cambia el color. De la del "escalón" encontré una más "Murillo" pero tenía unas manchas blancas que no eran del cuadro.
    Para ver el original hay que coger el barco o el avión, pero no para ir a Mallorca, sino a Texas al Kimbell Art Museum de Forth Wort.

    Más al respecto no puedo decirte:)

    ResponderEliminar