EL GRECO
La pintura del genial Greco fue ignorada e incluso despreciada,
hasta que la Generación del 98 comienza a exaltarla.
VISTA DE TOLEDO |
Es, sobre todos, a Cossío, escritor y crítico de arte,
al que con su libro dedicado al pintor se debe su revalorización y reconocimiento;
primero en España y después en el mundo entero
comienza a hablarse con respeto del Greco.
Doménico Theotokópulos nace en Candía, isla de Creta en 1541,
pero es en España donde encuentra el ambiente donde desarrollar su particular y auténtica personalidad
y dar rienda suelta a su fecundo genio.
Al igual que muchos pintores de todas las épocas,
siente la llamada del ambiente italiano cargado de arte y de recuerdos.
En Venecia, a las órdenes de Tiziano, comienza su aprendizaje,
logrando un perfecto dominio en el colorido,
que tan bien sabrá expresar después a lo largo de su obra.
De Venecia pasa a la inmortal Roma.
Conoce a muchos eclesiásticos y personajes españoles,
por los que le llegan noticias de España,
de El Escorial, de la sencillez de las ciudades,
de la luz y limpieza del cielo y los paisajes.
Roma empieza a ser una ciudad incómoda
y rígida para un espíritu libre y creador como el suyo.
Se cree que unas opiniones suyas,
criticando el Juicio Final de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina,
le cierran las puertas de los círculos artísticos romanos,
clasicistas y académicos,
poco abiertos a innovaciones y, sobre todo,
a aceptar las críticas a sus grandes maestros.
Esto, unido a la gran amistad que le une con
Luis de Castilla, hermano del deán de Toledo,
hace que vuelva sus ojos a España.
En Toledo, la ciudad imperial, encontrará su lugar, su ambiente.
Toledo, empinada, encaramada, como en constante ascensión;
con sus estrechas calles, llenas de luz castellana.
Los estilizados árboles de su vega,
las elevadas torres de su catedral y sus iglesias,
y el recogimiento casi místico de sus sinagogas y conventos,
hará que El Greco se llene de fervor religioso
y comience a afilar las figuras de sus cuadros,
a estilizarlas, en un deseo ascético,
buscando, en su alargamiento, el Cielo.
Comienza su labor pictórica en Toledo,
con el retablo de Santo Domingo el Antiguo,
y "El Expolio" de la sacristía de la catedral.
De esta fase llama la atención
el maravilloso colorido con que inunda su obra.
Parece que pronto se le presenta la ocasión
de darse a conocer en los círculos selectos españoles.
Para la iglesia de San Lorenzo de El Escorial,
Felipe II le encarga
el "Martirio de San Mauricio y la Legión Tebana",
este cuadro, uno de los más logrados del artista,
nunca llegó a colocarse en el lugar para él destinado.
El frío clasicismo y la austeridad del edificio herreriano,
contrastan con los vivos colores
y las atrevidas y poco académicas figuras del cuadro.
Este queda olvidado en un rincón del monasterio.
La obra de El Greco es obra de vanguardia,
que se adelanta a su época y,
como casi todos los innovadores,
tendrá que esperar a que el tiempo pase
y se le haga justicia.
Tras esta experiencia, regresa a Toledo, donde se refugia;
se podría decir que se recluye a la manera de un monje.
Se aisla, trabajando en la sombra, en la penumbra,
lejos del bullicio, de la fama y de la gloria que,
sin duda, soñase en sus años de juventud.
De esta manera,
sin el servilismo que suele traer la fama,
trabaja con entera libertad, a su aire.
Tiene taller propio,
lo que le permite llevar una vida cómoda y sin privaciones.
Crea obras importantes como
"El Entierro del Conde de Orgaz",
cuadro sorprendente en el que se revela
la gran personalidad de su autor,
y que hoy podemos contemplar en la iglesia de Santo Tomé,
que fuera parroquia de El Greco.
A medida que van pasando los años,
las características de pintor visionario
de figuras alargadas y distorsionadas, aumentan;
así como la explosión y luminosidad en obras irregulares,
pero plenas de religiosidad y que,
en la época que nacen, la de los grandes místicos,
la de la Contrarreforma,
logran el aplauso del pueblo llano;
no así el de los intelectuales de la Corte que,
atentos sólo a unas normas rígidas,
no saben percibir la grandeza de las obras
de este pintor genial.
De los pinceles de El Greco siguen surgiendo pinturas como
"San José y el Niño",
"San Martín a Caballo y el mendigo",
"La Virgen de la Caridad";
obra cumbre de este género es "La Inmaculada",
en la que la expresión alcanza unos cauces sublimes
por la atmósfera celestial de que está rodeado el cuadro.
Es un pintor fecundo. Trabaja sin descanso.
Muchas de sus obras se reparten por iglesias, conventos,
hospitales y capillas de distintos lugares.
Muere El Greco en el año 1614, dos años antes que Cervantes,
con cuya generación se halla íntimamente relacionado.
Es la primera obra segura atribuible a la época cretense del Greco, antes de su marcha a Venecia en 1567.
La composición retoma modelos bizantinos creados en los talleres cretenses de los siglos XV y XVI, pero ha perdido la antigua rigidez para crear un escenario vivaz de gestos y movimientos subrayados por la luz e inspirados en estampas renacentistas italianas. El autor introduce elementos originales, como la postura inclinada y afectuosa de Cristo, generalmente representado en actitud erguida y frontal.
La gran libertad de ejecución, el realce de los tintes cromáticos, el tratamiento de la luz, que impregna cada pliegue de los ropajes y cada gesto mediante pequeñas y rápidas pinceladas, muestran el conocimiento directo de la pintura veneciana y corrobora la hipótesis de que el tríptico fue pintado tras su llegada a Venecia.
*
INMACULADA CONCEPCIÓN
SAN MARTÍN Y EL MENDIGO
RETRATO DE SU HIJO JORGE MANUEL
LAOCOONTE
Este desconocido es un cristiano
de serio porte y negra vestidura,
donde brilla no más la empuñadura,
de su admirable estoque toledano.
Severa faz de palidez de lirio
surge de la golilla escarolada,
por la luz interior, iluminada,
de un macilento y religioso cirio.
Aunque sólo de Dios temores sabe,
porque el vitando hervor no le apasione
del mundano placer perecedero,
en un gesto piadoso, y noble, y grave,
la mano abierta sobre el pecho pone,
como una disciplina, el caballero.
de serio porte y negra vestidura,
donde brilla no más la empuñadura,
de su admirable estoque toledano.
Severa faz de palidez de lirio
surge de la golilla escarolada,
por la luz interior, iluminada,
de un macilento y religioso cirio.
Aunque sólo de Dios temores sabe,
porque el vitando hervor no le apasione
del mundano placer perecedero,
en un gesto piadoso, y noble, y grave,
la mano abierta sobre el pecho pone,
como una disciplina, el caballero.
(MANUEL MACHADO)
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VISTA DE TOLEDO
¿Un maestro interesado en el Renacimiento Italiano, que estudia con atención, glosando los textos de Giorgio Vasari, o un inspirado manierista?
(Mauricia Tazartes)
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(M.B. Cossío)
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JN, 5 FEBRERO
Buen recorrido por las obras del Greco, uno de mis pintores
favoritos de su época.
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